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Misterios de Madrid «La Casa Del Duende»

El bosque ya no está vibrando;

Ni un suspiro mueve el campo.

La última luz del candil parpadea y se consume.

La cabaña, plebeya,

Proyecta una sombra imponente.

En el dormitorio, adornado con vidrio y seda;

Los habitantes se rinden al sueño

Y la oscuridad consume todo.

¡O, noche pacífica!

¡O, vida suspendida!

Imitando a la muerte.

 

Pero ¿Qué es ese sonido sordo?

En el valle, los cipreses sacuden su follaje;

Y, como la nieve densa, caen los pétalos del azahar.

¿Es el aliento de los Andes,

Alimentando el fuego de los volcanes?

¿Es la tierra que tiembla en sus cimientos de granito?

No es la tierra;

No es aire;

Es el sonido de los duendes que surgen de las tinieblas.

 

Un «duende» es una criatura sobrenatural con una forma humana y dimensiones infantiles. Se cree que su nombre se deriva de la expresión «duen de casa»: un habitante de la casa.

En el Madrid del siglo XVIII, en la calle que ahora es la Calle del Seminario de Nobles, la leyenda habla de una casa encantada, embrujada por estos seres sobrenaturales.

La casa fue construida por orden del Rey como una concesión a sus siervos. En principio permaneció deshabitada, pasando de mano en mano hasta que fue alquilada por un grupo de hombres.

Durante el día, reinaba el silencio en la casa, pero al caer la noche se convirtía en una especie de taberna o casa de apuestas en la que los hombres se reunían ilegalmente para jugar.

Una noche se desencadenó una discusión acalorada entre algunos de los presentes. Los hombres se volvieron violentos y comenzaron a pelearse entre ellos, cuando de repente se abrió una puerta. Apareció un hombre muy pequeño y les mandó callar. Sin embargo, esto enojó aún más a los jugadores, que se arrojaron sobre el recién llegado con furia. En ese momento, aparecieron otros veinte hombres pequeños armados con palos, apagaron las luces y comenzaron a golpear a todos los que se encontraban allí. Los hombres, aterrorizados, huyeron y nunca más volvieron a pisar la casa.

Pasaron los años y, a pesar de las advertencias, la casa fue comprada por la marquesa Rosario de Benegas.

Pocas horas después de su llegada, la marquesa estaba atareada deshaciendo las maletas y colocando los muebles cuando se dio cuenta de que le faltaban algunas cosas. En principio echó la culpa a los criados, pero mientras los iba regañando aparecieron cinco duendes con los objetos perdidos. La marquesa y sus sirvientes huyeron despavoridos, jurando que no volverían jamás.

A pesar de los acontecimientos, la Marquesa no fue la última en intentar habitar la casa. Pasados unos años, un canónigo de Jaén llamado Don Melchor de Avellaneda se interesó por el edificio.

El buen hombre estaba buscando un lugar tranquilo para dedicarse a la escritura … pero pronto quedó claro que esta no era la casa ideal. Un día estaba sentado escribiendo una carta al obispo para pedirle algunos libros que necesitaba con urgencia. Escuchó pasos que se acercaban, volvió la cabeza y vio a un hombre pequeño sosteniendo los mismos volúmenes que había solicitado. Don Melchor pensó que lo había soñado, pero lo que sucedió al día siguiente le hizo cambiar definitivamente de opinión.

A la mañana siguiente, le pidió a su criado que preparara su ropa para la misa diaria. El sirviente hizo lo que le pedía, sin embargo, cuando se acercaba al sacerdote con las prendas, un duende le bloqueó el paso y le indicó que había cogido accesorios del color equivocado.

El pobre hombre, despavorido, dejó caer la ropa al suelo y corrió hacia su maestro para informarle que se iba de esa casa embrujada. El párroco le contestó con un simple «Yo también».

En aquel entonces, la lavandera de Don Melchor estaba sin morada fija, y el sacerdote bondadoso le invitó a pasar unas noches allí. Por desgracia, la estancia de la pobre mujer no duró más de un día. Cuando cayó la noche, una tormenta estalló y fuertes lluvias comenzaron a golpear contra las ventanas. La mujer recordó de pronto que había dejado las sábanas tendidas fuera y pensó con desesperación que seguramente habrían sido arrastrados por los fuertes vientos. Justo entonces, varios duendes entraron a la habitación llevando sus sábanas en un barreño. La mujer esperó hasta que remitió la tormenta y, cogiendo su ropa, huyó tan rápido como podía.

A partir de entonces, la casa se apodó La Casa del Duende, y tal fue su fama que pronto las historias de los extraños sucesos que ocurrían allí llegaron a los oídos de la Inquisición española.

En la noche del 2 de noviembre, el Día de los Muertos, una comisión de la Inquisición se presentó frente a la casa embrujada con crucifijos, velas verdes, agua bendita y sal.

Se llevó a cabo un exorcismo público: las paredes se rociaron con agua bendita, se dispersaron kilos de sal y después de largas oraciones la ceremonia terminó con el grito de «¡Consumatum est!» Lamentablemente los campesinos no tenían conocimiento del latín y pensaron que significaba «¡Al ataque!».

Ante este grito todos los reunidos alrededor de la casa embrujada se arrojaron sobre sus muros con azadas y antorchas destruyéndolo todo. Sin embargo no se encontraron ni rastro de los duendes.

Otra versión de esta leyenda habla de un laboratorio subterráneo escondido en el sótano de la casa. Según cuenta la leyenda, se falsificó dinero aquí y el laboratorio permaneció en secreto durante muchos años. Por lo visto, los duendes no eran más que enanos contratados para asustar a los lugareños, así mantenían la operación ilegal oculta de miradas indiscretas… Tanto si fue el trabajo de humanos o de duendes, el plan funcionó a la perfección.

 

Tour:   Las Herejías de Madrid

Traducido del artículo original de Renato Capoccia

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