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Misterios de Madrid «La Casa de los Gatos»

¡Tan pronto como la reverberación de mis golpes se perdió en el silencio, una voz desde dentro de la tumba me respondió! – con un grito, al principio amortiguado y roto, como el sollozo de un niño, y luego estallándose en un largo, fuerte y continuo alarido, absolutamente anómalo e inhumano – un aullido – un lamento, mitad horror y mitad triunfo. Un sonido que sólo podría haber surgido del infierno, de las gargantas de los damnificados en su agonía y de los demonios que se regocijan en la condenación. (…)
El cadáver, ya bastante deteriorado y con los coágulos de sangre putrefactos, se erguía ante los ojos de los espectadores. Sobre su cabeza, con su ancha boca roja y el solitario ojo de fuego, estaba sentada la horrible bestia cuyo embrujo me había llevado a asesinar, cuya voz me había enviado al verdugo. ¡Había amurallado al monstruo dentro de la tumba!

Al igual que la historia de la Casa de Los Gatos que conté la semana pasada, quiso comenzar este cuento con un extracto del maravilloso relato El Gato Negro, de Edgar Allan Poe. El ambiente sombrío de esa obra maestra es una introducción perfecta a la anécdota que voy a compartir hoy …

La ciudad de Madrid siempre ha estado vinculada al gato, hasta tal punto que los residentes se llaman a sí mismos «Gatos». Para descubrir el origen de este apodo, eche un vistazo al artículo de la semana pasada. Pero lo que me gustaría contarles hoy es otra historia, la de la Casa de los Gatos.

En los días de los Habsburgo, dos hermanas ancianas vivían en una casa en la Calle del Sacramento, un lugar histórico y misterioso. La casa estas dos damas venidas a menos iba deteriorando con el tiempo. Pero a pesar de su pobreza, las señoras seguían tocando su preciado piano, a través del cual revivieron los mejores tiempos de su juventud.

A veces sus víveres se reducían a una simple rebanada de pan con un poco de cebolla, pero las mujeres se enfrentaban a los malos tiempos con buena cara y nunca dejaban ver su tristeza.

A menudo, cuando nos sentimos tristes, lo único que puede consolarnos es la compañía, y especialmente la compañía de nuestros amigos más queridos. Sin embargo, a medida que pasaban los años, las amistades de las dos ancianas habían desaparecido junto con su suerte. Y así sucedió que, desprovistos de la cercanía humana, las dos mujeres encontraron consuelo en el afecto de los animales.

Si hubiera podido viajar en el tiempo, habría recordado a estas dos pobres mujeres que el perro es el mejor amigo del hombre. Les habría dicho que, según la creencia popular, los gatos son seres malvados. Si hubiera podido advertirles, quizás la historia hubiera acabado de otra manera. Pero, por desgracia, esas buenas damas ignoraron la tragedia que les sucedería poco después de que decidieron adoptar gatos.

Decenas y decenas de gatos. En aquel entonces hubo una plaga de gatos en Madrid, y para frenar esta amenaza a la salud pública, el ayuntamiento aprobó una ley para reducir su número. Ofrecieron una recompensa económica por cada gato muerto que fue llevado al ayuntamiento. Las dos damas estaban horrorizadas, y para salvar a las criaturas decidieron hospedar la mayor cantidad de gatos posible.

Sus escasos recursos, sin embargo, no fueron suficientes para alimentar a todos sus amigos felinos. Incapaces de ver a los pobres animalitos sufrir, las amables damas comenzaron a sacrificar parte de sus propias comidas para dar de comer a los gatos. Tan grande fue la felicidad que encontraron en la compañía de esas criaturas dulces que las ancianas rara vez salieron de la casa. Pero los vecinos no lo daba mayor importancia, siempre y cuando pudieran escuchar el sonido del piano tocando las antiguas arias que tanto amaban las señoras.

Sin embargo, a medida que pasaban los días, las notas se volvían cada vez más extrañas. Las melodías eran cada vez más estridentes y su sonido cromático casi siniestro. Y peor aún, la música disonante empezó a traer consigo un olor nauseabundo… Fue entonces cuando los vecinos decidieron que era hora de investigar.

Como puedes imaginar, la música del piano ya no estaba siendo interpretada por seres humanos. Los gatos habían convertido la casa en su patio de recreo. ¿Y cuál era ese olor espantoso? Los cadáveres podridos de las dulces damas, por supuesto.

Una vez que se habían recuperado del susto, los vecinos comprendieron que debía haber llegado el momento en que los víveres de la casa se hubieran agotado por completo. Al borde de la inanición, los animales habían regresado instintivamente a sus ancestros carnívoros, arrojándose sobre los cuerpos de esas pobres damas. No muerdas la mano que te alimenta, dice el refrán … y sin embargo, estos gatos habían devorado la carne de esas mismas mujeres quienes les habían salvado de una muerte segura en las calles.

La casa, destruida en los años setenta, se conoce desde entonces como la Casa de los Gatos, y todos aquellos que pasan por la calle del Sacramento recuerdan el trágico destino de las amables damas.

Incluso hay quienes afirman escuchar el sonido de un piano, cuya música siniestra nos recuerda que un exceso de caridad puede llegar a ser mortal.

 

Traducido del artículo original de Renato Capoccia

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